Mao Music

El Chino la sabía lunga. Se instaló en el vagón de cola, encendió una luz tenue, acomodó los almohadones sobre el piso, cargó el freezer con cervezas importadas y se sentó a esperar. Cuando llegaron los primeros curiosos, él ya estaba conectado a Internet listo para responder a las demandas. Robusto y todo, su cuerpo quedaba oculto detrás de la computadora. La presencia humana se insinuaba por los reflejos azules que desprendía su cabeza rapada. El Chino tenía claro que parte de la magia de su negocio estaba en mantener oculto a su ejecutor.

Esperó tranquilo hasta que una mina de andar cadencioso, se levantó y pasó el primer pedido. No faltó el comentario de quien dijo: Esa mujer es como la Municipalidad de La Plata, más linda de atrás que de adelante, agregó el secuaz. En letras de imprenta se leía: “Give the people what they want / the Kinks”. Al toque bajó el tema, elevó el volumen y la música invadió el vagón estacionado en la vía muerta del ferrocarril provincial. El juego consistía en pasar por escrito el pedido, el Chino los recibía y los rastreaba en Internet. Había que precisar tema y nombre del grupo, de lo contrario no respondía. Un servicio de su calidad no se prestaba a demandas de aficionados.

Cuando quiso acordar, no entraba más gente en el vagón. La cerveza corría como río de montaña, tan rápido como el asedio de pedidos que no lograron intimidarlo. Con paciencia oriental, clavaba en un pinche cada uno de los papelitos por orden de llegada y respondía a todos los requerimientos musicales, sin límites de ritmos y países. El negocio resultó próspero, las malas lenguas decían que el Chino crecía, porque la embajada de su país le pagaba el IVA. Una noche pintó un baile y la variante se impuso. El Snack Bar del vagón de cola viró en una Disco que funcionaba hasta el amanecer. No faltó tampoco un vecino que lo denunció por ruidos molestos. Se presentó la patota de Control Urbano y la cerró. La movida del Chino montada con tecnología de punta y música globalizada cayó derrotada. Observando desde el “Bar Ocampo” como pegaban las fajas de clausura, un veterano capitán, que había dado la vuelta al mundo en una Goleta bautizada Pegli, comentó: Fuera de la Gran Muralla el imperio Chino es un tigre de papel.

Relato: Gonzalo Leonidas Chaves
/ Fotos: varios autores (Equipo de fotógrafos de la Muestra)



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